La resiliencia: ¿se hereda o se desarrolla?

Las experiencias y la reserva cognitiva en la superación de la adversidad bajo una perspectiva neuropsicoeducadora

Painting: “Mother with Child” by Nikephoros Lytras (1832 - 1904) The la colección the La Galería Nacional Alexandros Soutsos Museum en Atenas, Grecia

La sobrevivencia de los seres humanos depende de su capacidad de adaptación ante los tiempos. Para garantizar el bien de la especie, se heredan las resiliencias de los antepasados a través de los genes; estas serán utilizadas como herramientas en el caso que se avecine un evento similar. Aún con la inteligencia y la capacidad que tiene el genoma humano para transmitir fortalezas, este también transmite vulnerabilidades que -con un evento lo suficientemente estresante- pueden ser desatadas; tal como lo es el estrés. Este ha sido definido como “el efecto que crea en el organismo las demandas internas” (Hooley, Butcher, Nock y Mineka, 2017, p.161). Por ello, el estrés está presente en la vida de todas las personas y no se limita a manifestaciones negativas, como experimentarlas al tomar un examen, sino que además comprende las positivas. Esta última también siendo experimentada en circunstancias emotivas como lo es participar de una graduación.

Aunque la realidad tiende a dirigirse bajo un lente de relatividad y subjetividad, por el fluir de movimientos necesarios para vivir, las personas siempre se verán afectadas por otras; incluyendo las pasadas generaciones. La prioridad es sobrevivir, así es como -aún sin tener las destrezas necesarias para afrontar los sucesos- buscan persistir; bien sea con las habilidades adquiridas o aprendidas. Esta capacidad es conocida como resiliencia y se enfoca en superar eventos adversos con la finalidad de alcanzar un desarrollo pleno. La elaboración de distintos estudios ha aumentado el interés por conocer cómo las personas con escasos recursos -tanto internos como externos- actúan sin tenerlos al alcance. Incluso, cómo los niños(as) que han sido testigos de experiencias extremas o traumáticas, no desarrollan dificultades o conductas perjudiciales en la medida en que van creciendo. Lo que nos lleva a cuestionar, la resiliencia ¿se hereda o se desarrolla? Sigue siendo una pregunta vital y sustancial.

La resiliencia a través del lente de la interdisciplinariedad

Entendiendo la importancia de la evidencia empírica para la búsqueda de explicaciones y soluciones a problemas imprescindibles, el estudio de la Neurociencia, definida por Bill Wilkerson “como la ciencia que estudia el Sistema Nervioso Central, especialmente el Cerebro” (Ottawa Citizen, 2018), en la disciplina psicológica aporta una base concreta donde postulados e ideales abstractos pueden cimentarse en su veracidad experimental y no en observaciones superficiales. La Psicología nace de las discusiones filosóficas sobre la localización y función de la mente dentro de los mecanismos somáticos. Con la necesidad de probar estos conceptos, ocurre un desarrollo experimental y aplicado que separa el pensamiento psicológico del análisis filosófico, orientándole hacia una vía científica. Esta unión psicofisiológica, procuró un mejor entendimiento de lo humano y una amplificación de las perspectivas ya existentes.

“La historia moderna de la Neurociencia del comportamiento ha sido escrita por psicólogos que han combinado los métodos experimentales de la Psicología con los de la Fisiología y los han aplicado a los temas que preocupan a todos los psicólogos” (Carlson, 2014, p.5). El estudio científico de la conducta y los procesos mentales no se pueden llevar a cabo correctamente sin la examinación profunda y fisiológica que solo puede realizar la Neurociencia (Dennis, 2016, p.14). Por tanto, su colaboración científica no es temporal, sino que debe ser vista como una relación interdisciplinaria de mutuo beneficio que logra concretizar el análisis formado a través de la observación conductual. Proveyendo, como resultado, clasificaciones abstractas que permiten la identificación de una función para luego comprender fisiológicamente aquello que permitió su manifestación. Esto es, que la motivación interna exterioriza -hasta manifestar- lo abstracto y por ello, conocer cómo funciona el desarrollo cognitivo, y también el emocional, nos dirige sin duda, a un aspecto educativo. Si la “([...]) educación es consecuente con las demandas sociales y personales” (José Luis Blasco Guiral et. al., 2002, p.3). ¿es posible enseñar qué capacidades se requiere desarrollar para ser -o tener una actitud- resiliente? Educar es propiciar un entendimiento mayor de las circunstancias que impulsan, consciente o no de ellas, una modificación del mundo exterior. Bajo el lente amplio de estas disciplinas, se busca captar las fluctuaciones de la resiliencia humana hasta finalmente concretar su funcionamiento y propagación.

¿Qué es la resiliencia?

Javier Cabanyes Truffino en su libro Resiliencia: una aproximación al concepto (2010) define la resiliencia como “La capacidad de recuperarse de situaciones traumáticas extremas ([...])” asociados a dos vertientes: 1) la adaptación adecuada psicosocial; y 2) a los componentes de salud mental. Cabe recalcar los postulados de Charles Darwin, donde establece la idea de que los organismos mutan con el tiempo y dan paso a nuevas especies que comparten un origen; estando sujeta la sobrevivencia, no a fortalezas o inteligencias, sino a la plasticidad; a la adaptación al cambio. A pesar de ser un concepto carente de un significado concreto y singular, este es expresado a través de características individualizadas; a su vez teniendo una cualidad indispensable para la supervivencia humana. Entendiendo que su procedencia no se puede trazar a un solo origen, es imperativo que se establezcan diferentes variables dentro de la ecuación llamada resiliencia, especialmente aquellas que se adentran en la heredabilidad o capacidad de desarrollo de la misma. Los siguientes autores ofrecen sus aportaciones a esta incógnita:

- Mary Harvey (1996) “([...]) señalaba una serie de características de la resiliencia cuya integridad o daño indicaban la capacidad resiliente: 1. control del proceso de recuerdo de las experiencias traumáticas; 2. integración de la memoria y los afectos; 3. regulación de los afectos en relación al trauma; 4. dominio de la sintomatología; 5. Autoestima; 6. cohesión interna (pensamientos, afectos y acciones); 7. comprensión del impacto del trauma; y 8. elaboración de un significado positivo” (Cabanyes, 2010).

- Emmy Werner (1995) “([...]) considera que la resiliencia, en el niño, tiene tres grandes componentes: variables personales, de la estructura familiar y de su entorno extrafamiliar. Dentro de las variables del niño destaca el grado de autonomía y empatía y la capacidad de solución de problemas. Entre las variables familiares y del entorno señala las relaciones de apoyo con los iguales y los sistemas de seguridad y protección del ámbito familiar, escolar y social” (Cabanyes, 2010).

- Christian Waugh, Barbara Fredrickson y Stephan Taylor (2008) “([...]) identifican algunas características de la personalidad que parecen contribuir a un ajuste positivo ante la pérdida o el daño: 1. visión ponderada de la propia vida; 2. perseverancia; 3. confianza en sí mismo; 4. autonomía personal; 5. sentido de la propia vida. En esta línea, se habla de la resiliencia del yo (ego resiliente) como un rasgo que refleja la habilidad individual para adaptarse a los cambios ambientales, destacando entre estas la identificación de oportunidades, adaptación a las restricciones y crecimiento tras la adversidad” (Cabanyes, 2010).

La resiliencia también está relacionada a los procesos de aprendizaje que nacen de las situaciones desfavorables, teniendo como fundamento los aspectos de vulnerabilidad- resiliencia presentes en el contexto. Así mismo, las cualidades psicológicas básicas ayudan a que la adversidad tenga menor efecto y permite el desarrollo de conductas positivas. Sin embargo, no se conoce si esas cualidades son causa, consecuencia o elementos de un proceso de retroalimentación. El concepto de resiliencia como un todo, puede considerarse igual de versátil que las personas que se determina que la poseen, debido a que tiene la habilidad de presentarse y desarrollarse en diferentes ámbitos. Aunque su origen no es atribuible a un área en específico, y los investigadores carecen de evidencia que apoye el papel protagónico de la herencia, aún es importante repasar cuán influyente es la epigenética; en vista de que, entre los postulados se muestran ciertos rasgos de predisposiciones que salen a la luz al ser expuestos a los estresores correspondientes.

¿Qué es la epigenética? ¿Cómo funciona?

El genoma es la codificación de ADN heredada de los progenitores; este tiene un papel esencial en la formación y el desarrollo de los seres humanos. El fin de la herencia genética es transmitir a los descendientes una aptitud o ventaja que apoye en los aspectos de sobrevivencia. “Además del ADN, a un nivel no consciente e inscrito también en nuestro genoma, somos portadores de las experiencias de vida de nuestros antepasados. No nacemos como una tabula rasa” (Monrós, 2019). La secuencia del ADN es como un códice extenso, en donde se encuentra un listado de letras con sentido y otras sin sentido, o los axones y el ADN basura. Aún con la ayuda estabilizadora del ADN basura, la codificación defectuosa de los axones puede causar mutaciones genéticas no adaptables. Pero muchas condiciones, enfermedades y conductas no tienen un gen que provoque su manifestación como las anomalías genéticas, sino que a través de la manifestación del genoma vivo. Es decir, la interacción de la genética y el ambiente, activa o desactiva predisposiciones que pueden ser adaptables o no. La adaptabilidad de una predisposición solo nos explica la función de la vulnerabilidad y la resiliencia en el aspecto de la selección natural.

El comportamiento humano siempre está atado a su ambiente social, incluso aún en la etapa prenatal en donde la criatura interactúa en el vientre; aquel lugar controlado y protegido por la madre. Entre los agentes que moldean el ambiente -y a su vez la vida humana- se encuentran: el estado económico, crecer en una vivienda segura, la promoción de relaciones interpersonales sanas, entre un sinfín de escenarios que buscan cubrir unas necesidades básicas e indispensables para el crecimiento. Al tratarse de la epigenética, es imperativo conocer cómo los genes, que activan o inhiben el funcionamiento de los organismos, están íntimamente relacionados con estos ambientes. Como bien expresa Monrós (2019), “En el origen está nuestro ADN o documento de identidad biológico. Este se expresa a lo largo del tiempo en función de los programas biológicos intrínsecos al organismo, y en íntima interacción” Por esta razón, es necesario considerar la manera en que las experiencias inciden en la regulación y el funcionamiento de los genes; un aspecto clave en la creación de cualidades resilientes.

Si la nutrición intrauterina es afectada por la alimentación inadecuada de la madre, el feto activa mecanismos epigenéticos denominado como la Teoría del Genotipo Ahorrador, esta activación “optimiza la estructura y función de los órganos a corto plazo en un contexto de escasez de nutrientes y oxígeno”(Briozzo et al, 2013, p. 49). Estos mecanismos evolutivos optimizan las funciones humanas, disminuyendo el gasto energético en tiempos adversos lo menos posible. La resistencia a la insulina y las alteraciones de crecimiento y desarrollo cognitivo en las etapas intrauterinas son parte de los efectos del Genotipo Ahorrador, de modo que le permite al feto mantenerse energéticamente estable por períodos largos en el caso de reducida nutrición e invierte menos en crecimiento, menos en mecanismos de reparación y menos en tejidos de reserva, reduciendo el número de neuronas y la capacidad sináptica (Briozzo et al, 2013, p.49). El gen permanece activo en las etapas postnatales, dado que su sistema espera enfrentarse con el mismo ambiente de escasez luego del nacimiento.

La estabilidad de los mecanismos epigenéticos provoca su transmisión de una generación de células a otra, especialmente si se identifica la continuación de factores de riesgo en su ambiente. La alimentación inadecuada y sobreexpuesta a glúcidos en la niñez aumenta la posibilidad de desarrollar afecciones crónicas y retraso en el crecimiento físico- mental. En la adolescencia y la edad reproductiva “los vínculos sociales se limitan muchas veces a sectores que padecen los mismos niveles de vulnerabilidad biológica y social y hace que las posibilidades de reproducción entre personas con mayor nivel de patología sea mayor y por lo tanto que en la progenie se incremente el riesgo de alteraciones epigenéticas que llevará a mayor riesgo de restricción de crecimiento”(Briozzo et al, 2013, p. 50). La presencia del genotipo ahorrador afecta la posibilidad de derrotar la pobreza y mientras dicho mecanismo permanezca activo, buscará ambientes en donde su capacidades de sobrevivencia sean útiles. Si es expuesto a un ambiente seguro y próspero sin un debido proceso de transición, se pueden incrementar las afecciones fisiológicas.

A consecuencia de la manifestación epigenética en los contextos de escasez, las capacidades cognitivas se reducen con el propósito de utilizar la energía invertida en crecimiento para la sobrevivencia. Como resultado, afecta los procesos mentales, dirigiendo el pensamiento a buscar nuevas tácticas para abastecer sus necesidades y aumentando la presencia de corticoides. Cuando finalmente logre conseguir recursos, es común que lo consuma todo en el momento y lo no consumido, lo reserve para un periodo futuro de escasez. La Dra. Montse Lapastora al analizar casos de niñas y niños huérfanos que pasaron por privaciones alimentarias antes del proceso de adopción, menciona que “cuando llegan a sus casas comen en exceso, y parece que no se sacian nunca. A pesar de que su experiencia en su nueva casa es diferente, en ella pueden comer lo que quieran, tardan un tiempo en darse cuenta de que ya no les va a faltar comida” (s.f., p. 4). Este comportamiento visto en la niñez huérfana, se puede manifestar en la vida adulta por medio de la toma de decisiones monetarias arriesgadas y a corto plazo. El efecto de la “visión de túnel” de Sendhil Mullainathan y Eldar Shafir (2016), es cuando una persona que se encuentra en un contexto de pobreza, solo se concentra en resolver aquella situación más apremiante, dejando fuera de enfoque el resto de las situaciones y necesidades que, a pesar de que son de menor urgencia, no son menos importantes. Esta visión, que deja menos recursos cognitivos disponibles para otras áreas de importancia, opta por aquello que resuelve necesidades urgentes; pero que no necesariamente las resuelve de manera permanente. La ausencia de decisiones permanentes hace que la escasez aumente en el futuro, afectando no solo su bienestar personal sino, en muchos casos, el de su familia.

¿Cuáles son los mecanismos de la resiliencia? ¿Cuándo son formadas las cualidades resilientes?

La resiliencia no nace de una vida perfecta sin eventos traumáticos ni problemas, sino que la conducta resiliente es el resultado del desarrollo de maneras adaptativas para afrontar el dolor y los eventos problemáticos. Esas cualidades adaptativas son, a cierto punto, heredables por medio de la genética y facilitan la conducta resiliente. Sin embargo, los aspectos más significativos de la resiliencia provienen del aprendizaje que se lleva a cabo con el desarrollo de la autonomía en los primeros años de vida. La habilidad de afrontar el estrés con éxito se debe a la interacción de elementos en la vida del niño como: el temperamento, la inteligencia (CI e Inteligencia Emocional), el locus de control interno, la familia y el ambiente comunal. Por otra parte, también es necesario evaluar la interacción de estos elementos con la intensidad y duración del evento adverso. Ya que la resiliencia también se construye con la superación de la crisis.

Al ser el componente biológico de la personalidad, el temperamento es innato y heredable; su manifestación se puede observar desde los primeros años de vida. De acuerdo a los hallazgos del Estudio Longitudinal de Nueva York (Thoma & Chess, 1950), existen tres tipos de temperamento en los niños: fácil, difícil y de reacción lenta. El temperamento del niño fácil es estable y se inclina hacia un estado de ánimo de intensidad moderada y el buen humor. Estos tienen un nivel mayor de disposición hacia las situaciones nuevas y aceptación a los eventos desagradables; que en resultado los ayuda a adaptarse fácilmente a los cambios de rutina. Los niños difíciles son aquellos con un estado de ánimo de intensidad elevada que se inclina hacia las emociones negativas y la irritabilidad; tienen mayor dificultad para adaptarse a los cambios y aceptar las experiencias no agradables. Finalmente, el niño de reacción lenta comparte muchas cualidades con el niño fácil, pero difieren en que sus ritmos biológicos son menos regulares que los del temperamento fácil, lo que hace más lento el proceso de adaptación a los cambios. Si no se les presiona, estos podrán adaptarse a los cambios de manera progresiva. Con los tipos de temperamentos podemos ver cómo el niño fácil posee cualidades esenciales para la formación de la resiliencia en comparación con el niño difícil y de reacción lenta.

La inteligencia se manifiesta en la conducta resiliente por medio de la competencia. Un joven con un Coeficiente Intelectual bajo es asociado con un nivel mayor de vulnerabilidad a los factores de riesgo, mientras que aquellos con un C.I. alto son asociados con un nivel mayor de factores de protección y menor vulnerabilidad a factores de riesgo. La investigación realizada por Valadez et. al., citada por Palacios (2020, p.11), tuvo como objetivo examinar la relación entre la Capacidad Intelectual y la Inteligencia Emocional en dos grupos divididos por género y rendimiento académico, en un rango de edad de 17 a 20 años. Se lograron comprobar dos hipótesis a través del estudio: a) hay una diferencia en género, favorecida por las mujeres que, independiente de su capacidad intelectual presentan mayores niveles de Inteligencia Emocional; y b) las diferencias en Inteligencia Emocional favorecen a aquellas personas con mayor Capacidad Intelectual. En adición a derrocar mitos relacionados con las altas capacidades cognitivas y la desadaptación social, comprueba aquello mencionado por Trinidad- Maldonado y Bajaras- Esteban en su artículo Teoría de la mente y empatía (2018). Las autoras indican que, un alto nivel de habilidades mentalistas -que según el estudio realizado por Sánchez Mulas (2015), la Teoría de la mente antecede la Inteligencia Emocional e interactúan bajo una correlación positiva- no garantiza que el individuo las utilice para fomentar conductas prosociales, sino que es posible que sean utilizadas en conductas antisociales. En otros términos, es necesario un cimiento intelectual y de habilidades mentalistas para construir la estructura llamada Inteligencia Emocional.

El locus de control interno o externo depende de la perspectiva que tenga el individuo de los hechos que le acontecen. Aquellos con un locus de control interno atribuyen esos hechos a sí mismos, con el pensamiento que todo lo que les acontece viene como consecuencia de sus acciones. Buscando así la manera de mejorar su situación por medio de la modificación de conducta. En contraste, las personas con un locus de control externo atribuyen los acontecimientos a factores fuera de sí mismo. El locus de control interno protege a los individuos de los estresores y promueve la seguridad, autoestima y autoeficacia; cualidades esenciales de la conducta resiliente. El desarrollo del locus de control y la resiliencia está fundamentado en el estilo de crianza y el tipo de apego presente en la infancia. Niños de madres y padres autoritarios tendrán mayor inclinación a perspectivas de locus de control externo que los hijos(as) de padres autoritativos, ya que están acostumbrados a que personajes externos (los progenitores) ejerzan control absoluto sobre su entorno. Es necesario que se exponga al niño a eventos estresantes con el fin de que pueda superar la adversidad. La exposición a estos eventos es clave para el avance de la conducta resiliente. De la misma manera que la seguridad y optimismo de un deportista aumenta con cada victoria, los niños(as) desarrollan un mayor nivel de seguridad en sí mismos con la superación de la crisis. Permitiéndoles ver los conflictos del diario vivir como posibilidades para la maduración y el aprendizaje, no como obstáculos en su progreso. Sin embargo, para que esta exposición funcione, es esencial la presencia de factores protectores que ayuden en la lucha contra los factores de riesgo.

Reserva cognitiva

La reserva es definida por Carrasco- Calzada Et. Al. como la habilidad o la aptitud del cerebro para hacer frente a los cambios provocados por el envejecimiento y/o por la neuropatología, tratando así de explicar la relación entre el daño interno y su manifestación (2016, p.163). Dentro de este concepto existen dos modelos complementarios:

-Modelo pasivo: también llamado reserva cerebral, está asociado a mecanismos genéticos. Plantea que “los cerebros que poseen un gran potencial anatómico (capacidad de reserva cerebral) tienen un mayor sustrato de base, el cual les confiere la habilidad de tolerar los procesos neuropatológicos y de mantener un funcionamiento normal” (Carrasco- Calzada, 2016, p.163).

-Modelo activo o reserva cognitiva: es la capacidad para reclutar redes neuronales, debido a que “implica que el cerebro soportará mejor los efectos de diversas enfermedades antes de que se manifiesten los síntomas cognitivos. Así, las diferencias individuales en el procesamiento cognitivo o en el uso de redes neurales relacionadas con la ejecución de una tarea permitirán que algunos sujetos puedan contrarrestar eficientemente el deterioro ([...]) A diferencia de la reserva cerebral, donde la compensación se logra cuando una estructura es más grande o cuando es mayor la densidad neuronal, en la RC la compensación depende del uso eficiente del sistema” (Reynoso- Alcántaraa Et. Al., 2017, p.2).

Dentro de la naturaleza activa de la reserva cognitiva, se ha sugerido la existencia de dos mecanismos que apoyan su funcionamiento: la reserva neural y la compensación neural (Stern, 2009; Barulli y Stern, 2013; como se citó en Carrasco Calzada, 2016, p. 163). La reserva neural está relacionada con la habilidad para hacer uso de redes y estrategias cognitivas ya establecidas con el fin de poder enfrentar las demandas intensificadas. En cambio, la compensación neural hace referencia al uso de redes neurales secundarias en el momento que las redes primarias se hayan visto afectadas o comprometidas. Su finalidad es movilizar la ejecución de la tarea determinada, compensando la inhabilidad de las redes originales. Dependiendo del nivel de reserva, el individuo requerirá menos o más activación neural en el momento de que suba el nivel de la demanda. Por lo que, estos mecanismos -por no ser apáticos al dolor ni a los cambios- están altamente relacionados a los indicadores de la resiliencia como modelos activos. Algunos hábitos que enriquecen la reserva, son: conexiones sociales profundas, buena alimentación, ejercicio, entre otras modalidades que con el incremento de esta, es menos probable que se utilicen redes alternas. Cohabita con la resiliencia al ser una dinámica de planes ante el inminente encuentro con las situaciones de la vida.

Conclusión:

Al analizar cada una de las variables expuestas en este escrito, es evidente la existencia de un patrón; una danza orgánica que fluctúa entre las ventajas aportadas por la herencia y aquella compensación o activación que se manifiesta juntamente con los hábitos y experiencias vividas. Por tal motivo, en la búsqueda por entender el funcionamiento misterioso de la resiliencia, no se puede excluir o sobreenfatizar el desarrollo de cualidades resilientes sobre la herencia genética, ni viceversa; sino buscar cuál es el clima perfecto de interacción entre estas dos vertientes. El ser humano logra alcanzar un mayor nivel de bienestar cuando se dedica a construir sobre aquello dotado por la herencia. Las crisis son escenarios donde las cualidades resilientes son probadas, pero para ello, la experiencia es vital para que sean reconocidas. Sin embargo, aquellos que están constantemente enfrentando circunstancias complejas, es posible que no tengan el tiempo o las herramientas para reconstruir su armadura de guerra y -por tal razón- eventualmente llegue el momento donde su defensa sea derrotada. Si el juego de la resiliencia es uno de lucha y reconstrucción (fortalecimiento), entonces sobreconfiar en aquello aportado por lo genes o evitar completamente la adversidad y vivir en un micro- utopía, son dos extremos de la misma problemática que no logran la propagación de la resiliencia, sino que promueven su estancamiento.

Abordar un tema como la resiliencia es sinónimo de señalar todo aquello que contribuye o impide que el ser humano sea resiliente; en vista de que repercutirá en haber alcanzado o no, una vida plena. Precisamente porque "([...]) acelera la recuperación de cualquier proceso mental, físico o emocional y nos restaura en el menor tiempo posible, permitiéndonos acceder a un mejor estado" (Boullosa, 2019). Entender la unión de la Educación, la Psicología y la Neurociencia es hallar una oportunidad para identificar soluciones y provocar, por medio del intercambio de saberes, los cambios necesarios. En particular, debido a que los aspectos más significativos de la resiliencia provienen del aprendizaje recibido en los primeros años de formación. En la medida en que son identificadas las vulnerabilidades, hay una posibilidad -por haberlas identificado de forma consciente por medio de la educación- de evitar la repetición de ciclos generacionales o de ser influenciado(a) por otras nociones de lo “correcto” e “ideal” por experiencias ajenas. Por consiguiente, a mayor entendimiento, mejores decisiones que favorecen el aumento de las habilidades esenciales. Sin embargo, también las cualidades resilientes pueden surgir de forma heredable por medio de la genética.

Las cualidades heredables se caracterizan por facilitar la conducta resiliente. La comunidad científica ha determinado que, si bien ningún gen explica la resiliencia, los factores genéticos son protagonistas en determinar cómo responde un individuo al estrés y al trauma. Por ello, se activarán a condición del ambiente en razón de que, “El genoma, debido a sus polimorfismos, otorga vulnerabilidad o resiliencia ante los factores ambientales y relacionales de riesgo o de protección” (Monrós, 2019). Por otro lado, asociar una variable como el locus de control al tema de las capacidades resilientes, es distinguir cómo las personas, por sus perspectivas internalizadas o externalizadas, se ven dentro del mundo o como parte de él. La conducta resiliente, al surgir de eventos traumáticos o complejos, es el resultado del desarrollo de maneras adaptativas para afrontar el dolor y todo aquel escenario que requiera nuevas habilidades de superación. De tal forma que, asimilar el aprendizaje -heredado o desarrollado- es actuar de forma resiliente.

Referencias

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