No hay posibilidad de conocer más a Jesús sin ser completamente débiles en sus manos
Reflexión sobre lectura: “The Pursuit of God” de A.W. Tozer
Para nosotros tener el privilegio de conocer a Dios, primero tenemos que ser encontrados por Él, anhelados por Él, conocidos ante su majestad. El libro “The Pursuit of God” de A.W. Tozer describe en cada capítulo las características esenciales de lo que es la vida cristiana en su constante búsqueda y disfrute de Dios y cómo eso se transmite en la realidad terrenal. El creyente es el resultado de la intervención divina en su realidad pecaminosa, somos el fruto de su mano y hechos con el fin de que le podamos acceder.
“Antes de que un hombre pecador pueda tener un pensamiento correcto acerca de Dios, debe haber habido una obra de iluminación dentro de él; Puede que sea imperfecto, pero no deja de ser una obra verdadera, y la causa secreta de todos los deseos, búsquedas y oraciones que puedan seguir.” (Tozer, 1948, p. 9).
Dios se encarga de sembrar su esencia en nosotros, de hacer la movida de acercarnos a Él. Sin embargo, es nuestra responsabilidad persistir en la búsqueda con el fin de que esa llama de primer amor continue ardiendo. Es una reciprocidad santa, que busca que Cristo crezca en nosotros y nuestra realidad tome posiciones inferiores. Sin embargo, acostumbramos en nuestros contextos religiosos a aceptar al Hijo de Dios sin un amor cultivado hacia Él, una dinámica donde se recibe el regalo de la salvación, pero no se promociona ni se ve con importancia que aquellos que reciben salvación recíprocamente amen al Salvador.
“Cristo puede ser “recibido” sin crear ningún amor especial por Él en el alma del receptor. El hombre es “salvo”, pero no tiene hambre ni sed de Dios. De hecho, se le enseña específicamente a estar satisfecho y se le anima a contentarse con poco.” (Tozer, 1948, p.10).
Reconociendo nuestra naturaleza pecaminosa y sabiendo lo imperfecta que es, podemos llegar a la conclusión (recalcado también en las sagradas escrituras) que nuestro deseo de buscar a Jesús no proviene meramente de nosotros, sino, es una semilla que Él mismo siembra. Todo buen pensamiento (entiéndase a pensamientos que están acordes a la voluntad de Dios) provienen de una renovación constante en su Espíritu. Podemos percatar de que poco a poco va perfeccionando su obra en nosotros, fortaleciéndonos en nuestra debilidad. Nuestra debilidad es la puerta que Él utiliza para que sus maneras se manifiesten en nosotros. No hay forma de conocer más a Jesús sin ser completamente débiles en sus manos. Decidiendo cargar con nuestra cruz e ir soltando todo lo que no nos es conveniente en este camino estrecho de seguirlo a Él.
“Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 16: 24-27). Cristo nos pide que le entreguemos nuestra realidad para tener vida en abundancia. Nos pide que lo hagamos, "porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no perezca, sino que tenga vida eterna" (Juan: 3-16). La entrega es la esencia del amor; para recibir el amor de Dios, tenemos que entregarle nuestra vida para que tenga acceso a nosotros y nos permita experimentar el amor que tanto necesitamos.
El ejemplo perfecto es Pablo, que en sus epístolas expresó lo siguiente: “Por él lo he perdido todo y lo considero basura, con tal de ganar a Cristo y encontrarme unido a él. No quiero la justicia propia que viene de obedecer la ley, sino la que se obtiene por la fe en Cristo. Esa es la justicia que viene de Dios y está basada en la fe” (Filipenses 3:8-16). El despojarnos de las cosas terrenales que nuestra carne persigue, nos ayuda a enfocarnos en Él y solo en Él. Cuando no tenemos nada y solo nos queda Él, no podemos evitar tener hambre y sed por conocerlo. Se convierte en nuestro deseo más profundo y nuestra esperanza de vida, lo más hermoso es que todo eso lo provoca Jesús en nosotros. Él desea para nosotros que seamos pobres en espíritu, que lo único que nos llene sea Él y no los placeres temporales del mundo, nuestros deseos, ídolos, sueños, etc. Los pobres de corazón y espíritu son benditos ante los ojos de Dios, ellos tienen espacio para que Jesús tome su lugar.
“El camino hacia un conocimiento más profundo de Dios es a través de los valles solitarios de la pobreza del alma y la abnegación de todas las cosas. Los bienaventurados que poseen el Reino son aquellos que han repudiado todo lo externo y han arrancado de su corazón todo sentido de posesión.” (Tozer, p.19, 1945).
Mientras más soltamos, más espacio hay. Mientras más dejamos ir, más la esencia de Cristo se va impregnando en nosotros junto a su humildad. Pues Él nada guardó para sí, sino que entregó todo y se entregó por completo. Este tipo de entrega nos habla del amor perfecto. Nuestro amor “humano” o influenciado por los placeres naturales nos hace crear tesoros efímeros en la tierra, mientras que el amor verdadero es Cristo (que es de Él y solo Él puede entregar). Tozer resalta un aspecto importante sobre la búsqueda de Dios, cuestiona nuestros intentos de alcanzar un Dios solo alcanzable a través de la simplicidad de Cristo. Hacemos todo excepto esperar en Dios, buscamos cualquier cosa que adelante nuestra travesía al trono celestial y en vez de cosechar los resultados esperados, contaminamos nuestra búsqueda.
"La religión ha aceptado la monstruosa herejía de que el ruido, el tamaño, la actividad y las fanfarronadas hacen que un hombre sea querido por Dios. Pero podemos animarnos. A un pueblo atrapado en la tempestad del último gran conflicto, Dios le dice: “Estad quietos y sabed que yo soy Dios”, y aún así lo dice, como si quisiera decirnos que nuestra fuerza y seguridad no residen en el ruido, sino en el silencio” (Tozer, p. 59, 1945).
Esperar en Dios es importante. Esperamos en Él refugiándonos en sus promesas, en toda palabra salida de su boca y que ha establecido en las escrituras. Las escrituras apaciguan nuestra espera, alimentan nuestra fe sabiendo que “el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7:8). Aquel que conceptualiza las Sagradas Escrituras de manera incorrecta se arriesga a no poder cultivar su fe en Cristo. “Creo que gran parte de nuestra incredulidad religiosa se debe a una concepción y un sentimiento equivocados hacia las Escrituras de la Verdad” (Tozer, p. 60, 1945). El autor explica que las palabras de Dios no son opiniones, sino la esencia de la verdad. Toda palabra que sale de la boca de Cristo tiene la autoridad y el poder de la Trinidad. No es una manifestación de sabiduría, sino la esencia de la sabiduría en todo su esplendor. “En él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento” (Colosenses 2).
Referencias:
Tozer, A. W.. The Pursuit of God. Pomodoro Books, 2023. Kindle file.